viernes, 16 de enero de 2015

Los extraños habitantes del Imperio del Este

                El adjetivo kafkiano ha sido aceptado en el habla común como sinónimo de 'extraño' o 'absurdo'. La inexplicable transformación de La metamorfosis; el laberinto judicial de El proceso o los incomprensibles códigos sociales de El castillo han convertido a Kafka en el ejemplo de lo raro. Y sí, Franz Kafka tenía una personalidad rara. Una rareza la suya que ha sido explicada con suposiciones de todo tipo: su condición de judío de expresión alemana inmerso en un medio social dominado por un ferviente nacionalismo checo. El "influjo" del ambiente esotérico y nocturnal de Praga. Incurables complejos provocados por el conflicto con el padre. Recreación personal de la estética expresionista, hegemónica en la literatura alemana anterior a la Gran Guerra. Desde serias perturbaciones psicológicas a la improbable fascinación por la tradición cabalística, parece que todo sirve para iluminar el enigmático y oscuro mundo de las fábulas kafkianas. Sin embargo, muchos de estos ingredientes del mundo narrativo de Kafka se pueden encontrar en otros escritores de su entorno. Al igual que él, son autores nacidos y educados en las postrimerías de la monarquía danubiana, naturales de ciudades situadas en la periferia del imperio y que escriben en alemán (excepto Bruno Schulz, que lo hará en polaco).

              El más enigmático de todos es Alfred Kubin. Sus dibujos y litografías invocan un mundo de pesadilla, desasosegantes visiones surrealistas que encuentran su expresión literaria en una extraña novela publicada en 1909: La otra parte. Los inquietantes episodios que el protagonista vive en Perla, una improbable ciudad enferma, son el correlato verbal exacto de las creaciones gráficas de Kubin. Fue la suya una existencia torturada por el trauma de asistir a la agonía de su madre y la hostilidad hacia su padre.

       Gustav Meyrink ha pasado a la historia de la literatura universal por su novela El Golem. Al reinventar esta vieja leyenda del gueto judío, su nombre ha quedado unido al de Praga. Con su novela ha contribuido como pocos a que la capital checa se adorne con la fama de ciudad "mágica" y misteriosa.

            De todos estos escritores, el más desdichado es, sin duda, Bruno Schulz (nunca sabremos cuál hubiera podido ser el destino de Franz Kafka de haber vivido para ver la barbarie nazi, aunque es fácil de imaginar). Su trágica muerte a manos de un oficial de las SS, en su Drohobycze natal, parece un remedo cruel del asesinato final del personaje de K. en El proceso.  Como Alfred Kubin, Bruno Schulz fue un gran dibujante. Y como en el caso de Kafka y Kubin, la figura del padre marca su personalidad y su creación literaria. Pero con un sesgo diferente. En sus dos obras principales, Las tiendas color canela y Sanatorio bajo la clepsidra, se representa la tragedia del padre perdido en la locura.



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