sábado, 31 de enero de 2015

Relato soñando de Arthur Schnitzler


Después de un baile de máscaras, el doctor Fridolin y su esposa Albertine hablan de sus últimas vacaciones en Dinamarca. Albertine confiesa la atracción que sintió por un joven polaco, mientras Fridolin admite la suya por una jovencita. La conversación les lleva a tratar del deseo incontrolado que Albertine ha tenido en sueños.
Fridolin, un tanto aturdido por esta revelación, tiene que salir a mitad de la noche para atender a un paciente. Cuando llega, ya ha muerto y su hija Marianne le declara su amor. Sale a la calle desorientado y tropieza con una pandilla de estudiantes progermánicos. Uno de ellos le empuja, pero consigue controlarse y no responde a la provocación. Tras una charla con Mizzie, una joven y amable prostituta, encuentra a su antiguo amigo Nachtigall, que toca el piano en un café. Nachtigall le confiesa que es contratado para tocar, con los ojos vendados, en extrañas reuniones secretas. A pesar de la venda, ha logrado entrever que cuantos participan en estos ocultos rituales van desnudos y cubren sus rostros con máscaras. Fridolin no puede resistir su curiosidad. Provisto de un disfraz, se introduce clandestinamente en la reunión, hasta que es descubierto. Salva su vida porque una joven con un velo de monja se sacrifica  por él y asume el castigo.
De regreso a casa, su mujer le revela un extraño sueño en el que ella le ha sido infiel.
Con la luz del día, todos los intentos por confirmar lo vivido por la noche fracasan. Nachtigall ha desaparecido, la prostituta Mizzie está en el hospital, la mujer del velo yace envenenada en el depósito de cadáveres. Al volver a casa, encuentra sobre la almohada la máscara que llevó durante la noche. La realidad y los sueños se confunden.

Arthur Schnitzler (1869-1931) es uno de los escritores más representativos de la Austria finisecular. Tanto en sus obras teatrales como en las narrativas, analiza el malestar de la burguesía vienesa a través de un análisis deslumbrante de las pasiones y complejos de sus personajes. Y para ello, emplea el monólogo interior en novelas como El teniente Gustl, La señorita Else o Apuesta al amanecer; o innovadores diseños estructurales en obras dialogadas como La ronda.

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